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Conocer las emociones: el miedo

Adquisición temprana de rutinas saludables (6).
Serie de artículos sobre Parentalidad Positiva.
Silvia Chamorro, psicóloga especializada en intervención social

Conocer las emociones: el miedo. Este es el título del nuevo artículo de la psicóloga Silvia Chamorro sobre la adquisición temprana de rutinas saludables, dentro del concepto de Parentalidad Positiva.

Silvia aborda la parentalidad positiva partiendo de la crianza y educación en salud. De esta forma, dispondremos de todas las claves para una salud plena.

La psicóloga se centra ahora en las emociones. Y finalizará con una serie de artículos sobre estilos comunicativos y su importancia en la comprensión y asimilación del mensaje por las y los menores.

Te lo contamos en jupsin.com, el portal profesional exclusivo de IPDGrupo.com que te ofrece información para decidir sobre igualdad y salud.



Nadie nos puede decir cómo criar o educar, cada situación es única. Pero en cualquier caso, la información siempre es útil para decidir.

La idea de estos artículos es ofrecer información a madres, padres, abuelas, abuelos y personas responsables de una o un menor. Incluimos propuestas útiles y aplicables que conviertan la crianza en algo constructivo y agradable.

Silvia Chamorro es psicóloga y está especializada en intervención social.

Conocer las emociones: el miedo

Silvia Chamorro – Psicóloga especializada en Intervención Social

Coloquialmente se tiende a dividir las emociones entre buenas, las que nos hacen sentir bien y malas, las que nos hacen sentir mal.

Desde la Psicología se defiende que toda emoción es buena y útil, solo que algunas producen sentimientos agradables y otras sentimientos desagradables.

El miedo es una de las emociones consideradas comúnmente como malas. No nos sentimos bien cuando tenemos miedo, pero sin él probablemente no sobreviviríamos.

Llamamos miedo a un sistema de alarma de nuestro cerebro que se activa cuando detecta una posible amenaza real o supuesta, presente, futura o incluso del pasado.

Es un mecanismo de adaptación al entorno que nuestro cerebro activa con el fin de asegurar la supervivencia.

El miedo nos permite responder ante situaciones adversas con rapidez, ayuda a identificar posibles peligros, huir de ellos si es necesario, defendernos y proteger a nuestros seres queridos, nos hace ser precavidas/os.

El miedo es una de las emociones consideradas comúnmente como malas. No nos sentimos bien cuando tenemos miedo, pero sin él probablemente no sobreviviríamos.

¿Cómo se representa el miedo?

Al detectar un posible peligro la amígdala se activa y se desencadena la sensación de miedo. Las principales respuestas físicas van encaminadas hacia la huida, el enfrentamiento o la paralización y se traducen en:

  • Hipervigilancia, aumento de la actividad cerebral para captar una mayor información de nuestros sentidos.
  • Aumento de la presión arterial, la sangre fluye más rápido hacia los músculos, especialmente hacia las piernas para preparar la huida.
  • Incremento de los nieles de adrenalina y cortisol.
  • Aumento de los niveles de azúcar en sangre.
  • Descenso de la temperatura corporal y aumento de la sudoración (sudores fríos).

La expresión facial del miedo se corresponde con:

  • Apertura de los ojos para mejorar la visión.
  • Dilatación de las pupilas para facilitar la admisión de luz.
  • La frente se arruga.
  • Separación de los labios que se estiran horizontalmente.

El miedo modifica pensamientos y comportamientos

El miedo produce cambios físicos en nuestro cuerpo, pero también modifica nuestros comportamientos y pensamientos.

Cuando no sabemos manejar la emoción o esta es desagradable tendemos en muchos casos a evitarla. Si tengo miedo a volar es posible que no viaje a lugares a los que haya que ir en avión. Ante el miedo al dentista, me esforzaré más en la higiene bucodental para no tener que ir a la consulta.

La activación cerebral que produce el miedo acelera la velocidad de pensamiento, en ocasiones hasta el punto de sobrepasarnos y confundirnos, la avalancha de pensamientos es tal, que nos cuesta juzgar cuales son objetivos y cuáles no, nos paralizamos.

Personas que hayan experimentado ansiedad entenderán perfectamente este fenómeno, pues muchas veces es el exceso de pensamientos que producen los miedos lo que la provoca (miedo a no ser suficientes, a no conseguir lo que queremos, a fracasar, a defraudar, a ser rechazados, etc.).

Si tengo miedo a volar es posible que no viaje a lugares a los que haya que ir en avión. Ante el miedo al dentista, me esforzaré más en la higiene bucodental para no tener que ir a la consulta.

Primeros miedos

La emociones son una constante en nuestra vida, están presentes desde la primera etapa del desarrollo evolutivo y, por ello, es importante entender y atender sus primeras manifestaciones, ya que los aprendizajes que se adquieran en esta etapa se reproducirán en las siguientes, sean adaptativos o no.

El miedo en las y los menores es una emoción frecuente y en muchos casos supone un reto para las y los cuidadores, que desconocen su origen o cómo enfrentarlo. 

Si el menor crece en un ambiente saludable, es probable que la mayoría de sus miedos iniciales se correspondan con amenazas imaginarias, es decir, que no suponen un peligro real, por ejemplo, la soledad, los ruidos, el agua, la oscuridad, la muerte, etc.

Tengamos en cuenta que al llegar a este mundo todo les resulta nuevo y lo desconocido muchas veces da miedo.

El presente artículo aborda los posibles miedos en situaciones de normalidad, pero desgraciadamente no en todos los casos se cuenta con entornos sanos.

Los miedos necesitarán un abordaje más profundo en situaciones de violencia intrafamiliar, abusos, acoso escolar, enfermedad grave o en aquellas/os menores que crezcan en países donde haya inseguridad o guerra.

Autorregulación

Con el miedo, al igual que con las demás emociones, se da un proceso de aprendizaje y regulación en base a la experiencia.  

En nuestra más tierna infancia es donde experimentamos, probamos distintas reacciones, evaluamos las consecuencias, la respuesta del entorno, etc.

Y tras muchos ensayos establecemos nuestras propias estrategias de regulación emocional. A veces son adaptativas y útiles; otras, desadaptativas y suponen un coste para nuestra salud mental y relacional a largo plazo.

Cuando conseguimos procesar y manejar nuestras emociones y comportamientos de forma sana y adaptativa podemos hablar de autorregulación.

No hay nada de malo en que nuestras/os peques se sientan cuidados y protegidos, pero si la única forma de calmarse y regularse emocionalmente es acudir a una persona adulta les será más difícil adquirir la confianza para autorregularse solos en el futuro.

Acompañar también es cuidar

Cuando las y los adultos vemos a nuestras criaturas sufrir a causa del miedo nuestro instinto es consolarles y calmarles.

Si necesitan que nos quedemos en la cama hasta que se duerman nos quedamos, si necesitan que revisemos en el armario y debajo de la cama para comprobar que no hay monstruos, lo hacemos.

No hay nada de malo en que nuestras/os peques se sientan cuidados y protegidos, pero si la única forma de calmarse y regularse emocionalmente es acudir a una persona adulta les será más difícil adquirir la confianza para autorregularse solos en el futuro.

Tenemos que ceder espacios para que progresivamente se enfrenten a sus temores y confíen en que tienen la capacidad para hacerlo.

Qué hacer y qué no hacer

SI: Validar la emoción y empatizar con ella. Podemos usar frases como: «Cuando yo era pequeña/o también me daba miedo eso», «por lo que me dices parece que da mucho miedo», «tener miedo a eso es normal a tu edad».

NO: Juzgar, menospreciar o negar la emoción. Debemos evitar comentarios como «Eso no da miedo», «no seas cobarde», «no digas tonterías, no hay ningún monstruo«.

SI: Guiarles, ayudarles a entender qué es lo que les da miedo y el motivo. Acompañarles hasta que consigan enfrentarlo y superarlo.

Algunas formas de hacer esto pueden ser la comunicación, el dibujo o incluso la música.

Podemos intentar hacer preguntas concretas como «¿qué es lo que te da miedo de la oscuridad?» o «¿alguna vez un perro te hizo daño?».

Si aún es pronto para el razonamiento verbal podemos probar a pedirles que dibujen el monstruo de debajo de la cama o que le compongamos una canción al dentista.

NO: Abandonarles, forzarles a enfrentar sus miedos o burlarse de la emoción.

Dejar a una criatura en su cuarto llorando con la puerta cerrada y a oscuras no ayudará a que duerma sola/o.

Empujar a alguien a la piscina, aunque haga pie, no hará que la próxima vez tenga ganas de bañarse.

Y contar como anécdota graciosa aquella vez que a tu peque le ladró un caniche y salió corriendo no hará que aprecie más a los perros, solo disminuirá su autoestima.

El miedo es un mecanismo de adaptación al entorno que nuestro cerebro activa con el fin de asegurar la supervivencia.

Los miedos no se heredan, pero si se enseñan

Tanto las reacciones negativas que acabamos de comentar, así como las reacciones de las personas adultas ante las cosas que les dan miedo forman parte del aprendizaje en regulación emocional.

Veamos: aparece una paloma en la terraza, tu hija o hijo la ve y te lo cuenta.

  • Reacción uno: «¡Qué asco! Márchate bicho asqueroso»(mientras coges algún objeto para espantarla)
  • Reacción dos: «¡Oh, qué curioso!, ¿tendrá su nido cerca?»

Instintivamente la o el menor aprenderá de la primera reacción que, esa y quizás otras aves, pueden suponer una amenaza. En cambio, en la segunda respuesta, se fomentará su curiosidad.

El ejemplo anterior pretende que nos demos cuenta de cómo nuestros miedos influyen, pero a lo largo de la crianza aparecen temores mucho más complejos de gestionar.

Algunos son externos y otros hacen referencia al propio menor (miedo a que sea rechazado socialmente, a que fracase en la escuela, a su ocio nocturno, etc.). Y estos, también se reflejan de alguna manera en la regulación emocional de las criaturas.

Los miedos no se heredan, pero sí se enseñan.

Estilos de crianza

La forma en la que criamos y educamos es también una manera de inculcar miedos a las y los menores.

Un estilo de crianza excesivamente autoritario donde se usa la intimidación para conseguir la obediencia puede generar personalidades ansiosas o miedos excesivos en posteriores etapas del desarrollo.

Las mismas consecuencias se pueden desarrollar con los estilos de crianza basados en el control y la sobreprotección. Una preocupación y presencia excesiva de las y los cuidadores entorpece la autorregulación emocional y fomenta la dependencia.



Un modelo a seguir

Todas las personas tenemos emociones, nos conectan con el entorno que nos rodea, interactúan con él.

Se presentan de forma involuntaria, no podemos evitar que aparezcan, pero sí podemos aprender a escucharlas y gestionarlas para ser más coherentes con nosotras/os mismas/os y adaptarnos mejor al ambiente.

Al igual que hemos mencionado en anteriores artículos, no podemos esperar de nuestras criaturas que entiendan lo que no entendemos o que hagan lo que no hacemos.

Para comprender las reacciones emocionales de nuestras hijas e hijos muchas veces tenemos que dejar de buscar las respuestas en ellos y empezar a hacernos preguntas a nosotras/os.

Revisarnos, cuestionarnos, conocernos y trabajar para mejorar es uno de los ejemplos más valiosos que podemos dar.

(1) Criar o educar en salud física

(2) Criar o educar en salud mental

(3) Criar o educar en salud social y relacional

(4) Criar o educar en salud sexual y reproductiva

(5) Conocer las emociones: la sorpresa

Silvia es graduada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca y cuenta con un Máster en psicología de la intervención social por la Universidad de Murcia.

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