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Judith Obaya – Desierto del Sahara, mágica atracción (6)

«Cada nuevo proyecto es un motivo para levantarme por la mañana. Me esfuerzo, soy responsable, no cedo ante las dificultades, disfruto planeando, estudiando y preparando. Es una lucha que no me cansa y me enriquece, porque sé que siempre hay alguien que busca un modelo de fortaleza, un ejemplo, una inspiración de constancia y felicidad, desde mis hijos, vecinos, amigos, hasta cualquiera que coincida leyendo en las redes sociales».

Judith Obaya – Desierto del Sahara, mágica atracción– Por la igualdad de la mujer en el deporte – Serie de artículos especial para jupsin.com  

Ha llegado el momento de hablaros de mi nueva aventura extrema. Y lo quiero hacer, ‘por la igualdad de la mujer en el deporte’, en el portal jupsin.com, con un NO rotundo al acoso y a la discriminación.

Me estoy preparando para volver muy pronto a Djebel Ouarkziz , la frontera natural entre Marruecos y Sáhara Occidental, para iniciar la misma travesía que realicé en bicicleta en 2017, pero esta vez para correr ‘Running the Sáhara’1.775 kms. (45 kms. día).



Desierto del Sáhara, mágica atracción

Cada nuevo proyecto es un motivo para levantarme por la mañana. Me esfuerzo, soy responsable, no cedo ante las dificultades, disfruto planeando, estudiando y preparando.

Es una lucha que no me cansa y me enriquece, porque sé que siempre hay alguien que busca un modelo de fortaleza, un ejemplo, una inspiración de constancia y felicidad, desde mis hijos, vecinos, amigos, hasta cualquiera que coincida leyendo en las redes sociales.

No estoy segura de la razón por la que tanto me gusta el desierto de Sáhara, tal vez mi alma nómada tenga algo que ver en ello.

Lejos de huirlas, me encanta estrechar sus trabajadas manos, resecas y agrietadas por lo duro de su trabajo y que yo viví, ayudando en el campo

Me identifico con la humildad y sencillez de su gente, la esencia hospitalaria del que sabe que llegar hasta el corazón de este desierto no es tarea fácil, y que si llegas hasta allí es porque lo amas.

Lejos de huirlas, me encanta estrechar sus trabajadas manos, resecas y agrietadas por lo duro de su trabajo y que yo viví, ayudando en el campo, en otro tiempo. Sus casas siempre han estado abiertas para mí y su comida me ha dado aliento, eso no lo podré olvidar fácilmente.

Su paisaje de piedras redondas y doradas o negras de cortantes aristas; arenas doradas en los ríos y más blancas en los barkhanes; retamas, flores azules y amarillas, cactus, acacias… Cada estación es diferente y sigue siendo un desierto.

No había deshecho las maletas de la ‘Sáhara Crossing TA’ cuando ya había tomado la decisión de volver a aquellas desérticas tierras para hacer la travesía en bicicleta, a la que llamaría ‘Con2Ruedas’

Judith Obaya: «Me aseaba bien con toallitas y me aplicaba la vaselina, que me habían recomendado, en la zona de la badana del coulotte».

El despertador del desierto, viento y arena

Cada mañana sonaba el despertador a las 6:30 h, pero remoloneábamos hasta las 7, más o menos. Después, mientras José se peleaba con el viento para encender el hornillo y preparar un café, yo iba recogiendo las mantas, almohadas, colchón y la parte superior de la tienda de campaña.

Por último, me envolvía bien el pañuelo alrededor de la cara, las gafas, los guantes, rellenaba el bidón de agua, y a rodar

Después de desayunar café y galletas, algunas veces hice tostadas de pan en la sartén, me metía en la tienda de campaña para poder refugiarme del viento y la arena y, como un ritual perfectamente estudiado, me aseaba bien con toallitas y me aplicaba la vaselina, que me habían recomendado, en la zona de la badana del coulotte.

Después me lo ponía con mucho cuidado de que ningún grano de arena pudiera quedar pegado a la vaselina y me hiciera una rozadura. A continuación, la crema solar en piernas, brazos y cara.

Antes de guardar la última bolsa, la de las cámaras y baterías, José me colocaba en el manillar de la bici la cámara de acción, que grabó en time lapse todo el recorrido, y la ponía a funcionar para que en las primeras imágenes quedara registrado el punto de partida.

También colocaba el GPS que, además de orientarme en la ruta me iba diciendo la hora, los km que iba haciendo y la velocidad a la que pedaleaba.

Por último, me envolvía bien el pañuelo alrededor de la cara, las gafas, los guantes, rellenaba el bidón de agua, y a rodar.

Judith Obaya: «Cuando el calor apretaba fuerte, a las 11 de la mañana ya me costaba seguir pedaleando, pero aguantaba como podía, parando cada 2-3 km para beber y recuperar el aliento».

Mis dedos comenzaron a dormirse a partir del segundo día por agarrarme con fuerza a los puños del manillar y las continuas vibraciones en los pasos pedregosos

Mis dedos comenzaron a dormirse a partir del segundo día por agarrarme con fuerza a los puños del manillar y las continuas vibraciones en los pasos pedregosos.

Pasados los tres primeros días ya había decidido como organizar las etapas, lo mejor era hacer 60 km antes de la parada larga de medio día, descansando a los 30 km para comer un poco de fruta.

Cuando el calor apretaba fuerte, a las 11 de la mañana ya me costaba seguir pedaleando, pero aguantaba como podía, parando cada 2-3 km para beber y recuperar el aliento.

Estos días no podía ponerme el pañuelo en la cara, me daba tanto calor que me faltaba el aire y no podía apenas respirar. Hubo momentos en los que el bidón me ardía en las manos al cogerlo y el agua estaba tan caliente como si hubiese sido puesta al fuego.

Cuando paraba, Jose sacaba rápidamente las sillas para que me sentase con los pies en alto, y un chubasquero para que no me enfriase y protegiese el coulotte de la arena.

Judith Obaya: «Hubo momentos en los que el bidón me ardía en las manos al cogerlo y el agua estaba tan caliente como si hubiese sido puesta al fuego».

Judith Obaya y el ritual del desierto

Con toda la paciencia del mundo me preguntaba que me apetecía comer, aunque el menú no era muy amplio: embutido, sardinas, atún con tomate o fruta. Yo me preparaba mi bocadillo con el pan para celiacos que llevaba y miraba con ojos de pena los panes jobs que para él había comprado en el último pueblo.

Yo decidía cuando parar para hacer noche, y por lo general era cuando ya estaban completados los kilómetros que me había propuesto para esa jornada, o cuando llegábamos a algún pozo o casa que ya teníamos señalados en el mapa.

El ir de pozo en pozo me motivaba, podría haber pastores, la tarde sería más amena, podríamos hacer la cena y dormir en cabaña

El ir de pozo en pozo me motivaba. Por un lado, podría haber pastores y la tarde sería más amena, por otro podríamos hacer la cena y dormir en cabaña y no perder tiempo con la tienda.

Algunos días, las etapas se hicieron cortas por rodar más deprisa y montábamos el campamento más temprano, con la luz del día. Pero otros, dejaba de rodar al caer el sol y tocaba montar tienda y hacer la cena a la luz de linternas.

Mientras que José armaba la tienda de campaña y encendía el generador para cargar las baterías resguardándolas del viento y arena, yo me desvestía con el mismo cuidado que me había vestido, guardando cada paso del mismo ritual.

Limpiaba cuidadosamente la badana y, envuelta en un pañuelo, la ponía al aire para que se secase. Me limpiaba todo el polvo y arena que se habían pegado durante el día y me untaba el bálsamo que mi madre me había metido en el equipaje para las partes más sensibles machacadas por el sillín.

Judity Obaya: «Me identifico con la humildad y sencillez de su gente, la esencia hospitalaria del que sabe que llegar hasta el corazón de este desierto no es tarea fácil, y que si llegas hasta allí es porque lo amas».

Brindis, cena, retiro y… cine

Muchos días brindamos por el éxito de la etapa con un vasito de Oporto. Después elegíamos el menú para cenar y amontonábamos toda clase de parapetos para que el viento no apagase el hornillo o la comida se “condimentase” con arena. Después de los garbanzos, fabada, albóndigas o arroz, macedonia, dátiles o piña de postre.

Al rato llegaba él con la tablet diciendo: ‘traigo el cine, ¿qué película quieres ver? ‘ Cualquiera era buena, no pasarían más de 15 minutos antes de que me durmiese

A medida que iban pasando los días yo iba acumulando el cansancio, sin embargo, me iba sintiendo mejor. Me retiraba al interior de la tienda después de cenar, para escribir en mi diario, y José se ocupaba del mantenimiento de la bicicleta, limpiando y engrasando la cadena antes de guardarla en el coche para que no se pegase arena durante la noche.

Al rato llegaba él con la tablet diciendo: ‘Traigo el cine, ‘¿qué película quieres ver?’ 

Cualquiera era buena, no pasarían más de 15 minutos antes de que me durmiese.

Judith Obaya: «A medida que iban pasando los días yo iba acumulando el cansancio, sin embargo, me iba sintiendo mejor».

Una sonrisa y un té

Cuando dormíamos en alguna cabaña los pastores pasaban la noche fuera, bajo las estrellas. Por más que les rogaba que compartiesen la cabaña con nosotros, que me sentía mal si no lo hacían, ellos contestaban que eran ellos los que se sentirían mal si no dejaban su casa para nosotros. Cenábamos todos juntos y a la mañana siguiente nos sorprendían bien temprano con una sonrisa y un té.

Hubo momentos muy duros que recuerdo con especial cariño, reímos, reñimos, bailamos, compartimos tienda, nos contamos lo que nos dolía o nos preocupaba…

Hubo momentos muy duros que recuerdo con especial cariño, reímos, reñimos, bailamos, compartimos tienda, nos contamos lo que nos dolía o nos preocupaba… José y yo hemos llegado a vernos, uno al otro, como algo más de nosotros mismos.

No tenemos reparos o remilgos para desvestirnos, curar una herida, ir a hacer nuestra necesidades, lavarnos, ponernos cremas, o cualquier otra cosa que, tratándose de una persona ajena pudiera suponer vergüenza o desconfianza.

Incluso pienso que de tener pareja alguno de nosotros, nunca entendería esta relación de compañerismo, siendo ésta otra de las cosas que los dos sacrificamos a cambio de nuestras aventuras.

https://www.youtube.com/watch?v=UECGe1ud5mw

En esta ocasión fueron 18 largas etapas cargadas de pensamientos. 1.768 km de soledad y añoranza en los que deseé ver a mis hijos felices, y que una pizca de mi sangre aventurera corriera por sus venas.

El verdadero valor está en la paz que nos invade y trasmitimos, en el respeto y la tolerancia

Pero, sobre todo, deseé que no tarden en darse cuenta de que las propiedades, el lujo, las apariencias, al final cansan y no satisfacen.

El verdadero valor está en la paz que nos invade y trasmitimos, en el respeto y la tolerancia… esto que el Sáhara te va marcando a fuego en el alma de forma tan sosegada.

Días y kilómetros en los que recordé que había llegado hasta allí en gran parte gracias a mis padres, a los que quiero con locura. Ellos han querido y sabido entenderme siempre. Me han ayudado más de lo que pudieron en muchas ocasiones y sin decir nada, en silencio, me respaldaron en cada decisión que tomé sin cuestionarla.

Me vino a la idea que tal vez algún día tenga que dejar mis aventuras para estar a su lado, pero lo haré con el mayor de los gustos, no porque les deba nada, que se lo debo, sino porque querré estar con ellos y cogerles de la mano como ellos lo hicieron conmigo.



Este es mi logotipo, símbolo africano KWATAKYE ATIKO, cabello del capitán Ashanti Kwatakye que significa 'valentía' y 'coraje' // … soy asturiana, de 50 orgullosos años, madre, policía y atleta extrema. Hace cinco años, realicé en moto, en solitario, la ruta europea de los ’20 Mares’, a través de 19 países. Esta aventura marcó el comienzo de una frenética etapa de mi vida, sin fecha de caducidad, y en la que me encuentro inmersa.

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