¿Qué es el efecto Pigmalión y qué tiene que ver con la educación?
La confianza que los demás tengan sobre nosotros puede darnos alas para alcanzar los objetivos más difíciles. Las profecías tienden a realizarse cuando existe un fuerte deseo que las impulsa.
Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera a su conducta que la segunda tiende a confirmarlas.
Profecía de cumplimiento inducido
A este mito, en psicología, se le ha atribuido el siguiente significado:
«Cuando nos relacionamos con una persona, le comunicamos las esperanzas que dipositamos en ella, las cuales pueden convertirse en realidad o no».
Dicho en términos técnicos: las expectativas que una persona concibe sobre el comportamiento de otra, pueden convertirse en una «profecía de cumplimiento inducido».
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¿Qué es el efecto Pigmalión y que tiene que ver con la educación?
Los científicos han hecho cientos de pruebas de este efecto, tanto en el aula como fuera de ella, y se han publicado innumerables libros que recogen sus conclusiones.
La más importante es que: El «Efecto Pigmalión» es un modelo de relaciones interpersonales según la cual las expectativas, positivas o negativas, de una persona influyen realmente en otra con la que se relaciona. Así pues, la clave del efecto Pimalión es la autoestima.
Poderosa fuerza en el desarrollo de la personalidad
Las expectativas que tengamos sobre el rendimiento de nuestros alumnos, o de nuestros hijos, después de haber puesto en práctica infinidad de recursos pedagógicos, entre ellos la confianza en sus capacidades, suelen repercutir en su autoestima y constituyen una poderosa fuerza en el desarrollo de su personalidad.
A su vez, un educador que posea una alta autoestima, suele ser el más efectivo a la hora de inspirar en sus alumnos una autoestima elevada y aquel educador que muestre desidia, apatía, desagrado o aburrimiento no transmitiría a sus alumnos más que eso mismo.
El experimento educativo de Rosenthal
En 1964, Robert Rosenthal inició un famoso experimento educativo. Primero, aplicó una prueba de inteligencia a un grupo de escolares.
Acto seguido, dividió al grupo en dos clases, al azar. A la profesora del primer grupo le dijo que tenía a cargo a estudiantes normales; a la del segundo grupo le señaló que sus estudiantes eran chicos “situados por encima del promedio, de los que se podía esperar progresos notables”.
Al final del año, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los estudiantes. El resultado fue que los chicos del grupo experimental (los falsamente descritos como superdotados ante sus profesores) habían mejorado mucho más que el grupo de comparación.
Expectativas altas y positivas
Así las cosas, aunque los dos grupos eran igualmente competentes, las expectativas de sus profesores eran muy distintas.
De ahí que las expectativas de los docentes sobre sus alumnos y el sentimiento de aceptación a ellos son dos condiciones básicas necesarias, aunque no suficientes para ser maestro mediador y de ese modo lograr la plena formación de los niños, adolescentes y jóvenes.
Se trata por tanto de plantearnos desde el inicio del curso escolar con cada uno de los integrantes del grupo, expectativas altas y positivas y de esforzarnos profesionalmente en que todos, independientemente de estilos y ritmos de aprendizaje avancen en su proceso de formación.
Realmente es difícil explicar fehacientemente como las expectativas de una persona pueden influir en la ejecución de otras personas.
Pero la práctica demuestra cuán poderoso es ese tipo de relación maestro-alumno cuando este último, el alumno, descubre la percepción que el primero tiene de él.
Puri Jaime
2 de noviembre de 2021 at 16:46
Maravilloso artículo.