El afecto en la crianza, entre el mito y la realidad. Nuevo artículo de la serie sobre parentalidad positiva con Silvia Chamorro, psicóloga especializada en Intervención Social y Orientación Educativa.
Este artículo continúa el apartado de estilos parentales abordado en los títulos previos de la serie, Exigencia y afecto forman parte de un estilo positivo de educación y crianza y ¿Cómo y cuándo aplicar el control parental en la crianza positiva?
En ellos, exponíamos los estilos parentales más mencionados en la literatura científica y los ejes de análisis para el estudio de la parentalidad y la crianza: grado de control, grado de afecto y estilo de comunicación utilizado. Así, describíamos cuatro tipologías:
- Estilo autoritario: alto grado de control y bajo grado de afecto.
- Estilo democrático: presencia alta de control y de afecto.
- Estilo negligente: presencia baja de control y de afecto.
- Estilo permisivo: bajo grado de control y alto grado de afecto.
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El afecto en la crianza, entre el mito y la realidad
Silvia Chamorro
Como seres sociales que somos, las personas vivimos en comunidad, nos organizamos en base a un ideario común desde el cual definimos lo que está bien y lo que está mal. Compartimos una misma cultura, con sus costumbres, creencias, comportamientos, lenguaje, etc.
Si nos planteamos lo que establece el marco cultural de España sobre qué es bueno o malo en lo referente a la crianza y educación de los y las menores, encontramos luces y sombras.
Cambios en los modelos parentales
Las últimas décadas han supuesto un cambio sustancial en los modelos parentales, las causas son múltiples, pero algunas de las más representativas podrían ser:
- La reivindicación y puesta en valor de los derechos de la infancia.
- La consolidación y moderado progreso de las mujeres en el mercado laboral.
- Los intentos por equiparar los derechos de hombres y mujeres respecto al cuidado y nacimiento de menores.
- El descenso de la natalidad
- El aumento de la edad de concepción
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), «en los últimos años se observa que la disminución del número de nacimientos se ha visto acompañada de un retraso en la edad de maternidad».
Los últimos datos, relativos al 2023, sitúan la media de edad nacional a la que las mujeres tienen su primer hijo/a en los 32,6 años, una de las más altas a nivel europeo.
Familias menos numerosas y con progenitores más adultos
De estos datos, podemos extraer la idea general de que las familias, al ser menos numerosas y con progenitores más adultos, podrían tener más estabilidad, recursos y tiempo para ejercer un estilo parental democrático.
Si esto ocurre, estas familias se sumarían al cambio de los modelos parentales que mencionábamos anteriormente.

Sesgos y creencias culturales
Las cifras también indican un claro ejemplo de que los sesgos y creencias culturales siguen teniendo un gran peso en la sociedad. En los datos del INE, por ejemplo, al no presentar datos sobre la edad media a la que los hombres tienen su primer hijo y en el tema que nos ocupa en el artículo de hoy, el afecto, al pensar que una crianza afectuosa es equiparable a malcriar.
Criar con afecto no es malcriar
Imagino que a los/as lectores/as les sonará la expresión es un niño/a mimado/a, que comúnmente hace referencia a las criaturas que se comportan de manera caprichosa, traspasando límites y que aun así reciben numerosas muestras de cariño de sus cuidadores/as.
Ciertamente, cuando hablamos del estilo parental permisivo, se acerca bastante a esta idea. Hay un alto grado de calidez y muestras de afecto, pero no se ponen límites ni hay consecuencias cuando se actúa mal.
Exceso de afecto o falta de control
Como ya sabemos el fallo no radica en el exceso de afecto, sino en la falta de control.
A pesar de ello, no es extraño encontrar personas, hoy en día, que frente a la calidez del estilo de parentalidad democrático, opinen cosas como:
- si se dejasen de tanta tontería,
- un buen bofetón a tiempo y cuantos problemas se ahorrarían
- y, como no, el clásico en mis tiempos [cualquier ejemplo de castigo desmesurado] y no se te ocurría volverlo a hacer.
Nuestro pasado cultural está consolidado sobre una base en la que el control era un pilar fundamental en la educación, tanto en las familias como en los centros educativos. Y donde la modalidad de control más habitual era la amenaza y el castigo, siendo este muchas veces la violencia física.
Más asertividad y menos agresividad
Podríamos decir que el estilo parental predominante en las generaciones previas era el autoritario, las muestras de afecto escaseaban y las normas eran muchas y muy poco flexibles.
Desde esta mentalidad, en la cual la agresividad parece un método efectivo de crianza, podemos entender por qué se produce esa sensación de rechazo a la calidez y el afecto, ya que parece lo opuesto, pero realmente no lo es.
La diferencia radica en la forma en la que se ejerce el control, lo deseable es que haya normas, responsabilidades y límites, pero que estas se comuniquen de forma asertiva, no agresiva.

¿Cómo demostrar afecto?
Cada persona y cada familia tiene su propia forma de mostrar el afecto, y en una situación normal en la que los padres/madres quieran a sus hijos e hijas, es fácil caer en el error de no preguntarse si sus criaturas se sienten queridas o valoradas.
Como ya hemos mencionado en otras ocasiones, nuestras propias vivencias y crianzas influyen en los modelos que aplico, ya que tendemos a reproducir aquello que conocemos.
Supongamos que en mi crianza no había muestras físicas de afecto de ningún tipo, había muy poco reconocimiento de los logros y una alta exigencia a cumplir expectativas.
Será poco probable que, a la hora de asumir la maternidad, la paternidad o los cuidados, elija un modelo de crianza donde haya muestras de afecto frecuentes, reconocimiento de los pequeños logros y una posición abierta frente a la exploración y búsqueda de identidad propia de mi criatura.
Importancia de la comunicación
Recordemos que la comunicación es también un factor imprescindible dentro de la parentalidad positiva. Y que, para que la comunicación sea efectiva, ambas partes tienen que dar el mismo sentido al mensaje.
Un ejemplo: como persona adulta, puedo demostrar mi amor mediante tareas y cuidados, por ejemplo, ocupándome de escoger la ropa de mis hijos/as para que esté limpia, planchada y sea formal para ir al colegio.
Pero lo que yo interpreto por un acto de afecto y parte de su educación, puede ser percibido por su parte como una imposición y como un rechazo a su propia identidad. En este caso, hay un fallo de comunicación.
Para asegurarnos de que nuestras criaturas se sienten queridas y valoradas sería interesante reflexionar sobre cuestiones como:
¿Mi hijo/a sabe que le quiero de forma incondicional? ¿De qué forma expreso yo mi amor o mi afecto? ¿Hay una buena comunicación de los afectos? o planteado de otra manera ¿Usamos el mismo lenguaje del amor?
Formas de demostrar afecto
Hay muchas formas de demostrar afecto a un menor en desarrollo, algunas ellas pueden ser:
Aceptación
- Demostrar que tu amor es incondicional, que sepa que si toma decisiones o hace cosas con las que no estás de acuerdo o que no están bien tendrán consecuencias, pero que la consecuencia no será dejarle/la de querer
- Empatizar con sus vivencias, intentar entender sin juzgar, escuchar sin criticar
- Ser tolerante con los cambios en la fase de consolidación de su identidad
- Dejar que se equivoque y rectifique solo/a
Reconocimiento
- Valorar sus progresos y sus esfuerzos
- Reconocer sus logros
- Agradecer cuando haya hecho algo por nosotros/as sin que se lo pidamos
- Destacar sus virtudes y aptitudes
Demostraciones físicas
- Amamantar a nuestro bebé
- Dar abrazos
- Los besos
- Las caricias
- Hacerle cosquillas o masajes
Compartir tiempo de calidad
- Jugar adaptándonos a sus necesidades
- Enseñarle/a algo que sea de su interés
- Aprender algo nuevo juntos/as
- Prestarle atención a lo que nos cuente

Beneficios de una crianza cálida
Favorece la motivación para el cambio
Anteriormente, mencionábamos que el modelo de crianza autoritaria era el más común, y que los resultados se conseguían porque la persona tenía miedo a recibir las consecuencias negativas de sus acciones.
Desde este modelo se promueve una conducta inhibida y reprimida cuya motivación para el cambio es externa, la evitación del castigo.
En una crianza democrática los límites y las normas se explican, se respetan las necesidades y deseos de ambas partes intentando buscar un equilibrio y se llega a acuerdos.
La motivación para el cambio aquí es interna, se comprenden las razones por las que actuar de una u otra manera está bien o está mal y se actúa en base a la coherencia interna.
Se fortalece el vínculo parental
Cuando a lo largo del desarrollo del menor sus cuidadores/as han sido comunicativos, cálidos y cariñosos este aprende que puede confiar sin miedo al juicio y contar con ellos/as cuando lo necesite.
Cuidado con este punto. Que acuda a contarnos lo que le ocurre es algo bueno, pero no siempre podemos o debemos ayudarle a resolver sus conflictos. Recordemos que nuestra misión es que logren ser personas adultas responsables de sí mismas y de sus acciones.
Confianza y autoestima
Los niños y niñas que se sienten merecedores de amor tienen una mejor autoestima, se sienten más cómodos/as con las relaciones interpersonales y están más preparados para enfrentarse a las decepciones y a la frustración.

En el próximo artículo…
Si quieres saber sobre cómo ha influido el cambio social y cultural en el desarrollo de los modelos parentales, y las implicaciones futuras que esto puede tener, no te pierdas el próximo artículo de la psicóloga Silvia Chamorro sobre parentalidad helicóptero y parentalidad quitanieves.
