Despojarnos de las máscaras. Y poner luz a todo lo sombrío que habita en la iglesia, como el tema que nos toca de los abusos.
Esto implica una actitud de querer conocer y dialogar con aquello que habita bajo la superficie, con una escucha atenta y humilde.
María Noel Firpo, psicóloga y estudiosa del ‘Abuso y reparación en la Iglesia’, incide sobre este y otros asuntos en este nuevo artículo y nos ofrece algunas claves de conocimiento y reflexión.
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Despojarnos de las máscaras
María Noel Firpo – Psicóloga
Como hemos expuesto en los artículos anteriores, no resulta agradable mirar a la iglesia focalizando solo los abusos. Es una mirada parcial y se puede confundir con la global.
Si bien hay que crear consciencia y denunciar todo tipo de abuso en cualquier ámbito, sabemos que este es solo un aspecto posible del ser humano.
Lo interesante es poder poner el foco en cuáles son las dinámicas que se mueven, que facilitan que alguien llegue a tener este tipo de conducta. Y de esa manera, buscar caminos de prevención.
Sentimiento de poder
Evidentemente, ese trabajo excede este artículo, pero hoy nos vamos a centrar en lo que puede propiciar tener una personalidad con determinados rasgos, para que los abusos puedan tener lugar.
Muchos puestos en la iglesia, como el de párroco, de acompañante espiritual, laicos con alguna responsabilidad eclesial, superioras de alguna casa, pueden conllevar a que nos sintamos con determinado poder.
No ya un poder divino -que lamentablemente a veces, también-, sino algo que otorga el propio cargo de referencia. Por supuesto que esto no pasa solo en la iglesia.
Deseo narcisista
El peligro es que puede llevarnos a un deseo narcisista de creernos y actuar ese poder, abusando de lo que nos fue otorgado.
De esta manera, cumpliendo ese rol, cabe la posibilidad de que nos sintamos admirados, fuertes, valiosos y más si estamos cerca de otro (párroco, superior, obispo) quien nos da su confianza.
Esa persona termina creyendo de sí misma los atributos que su comunidad le proyecta constantemente, dándose una identificación y produciéndose una hinchazón o inflación del yo. Es importante apuntar de este mecanismo que el que esté libre, que tire la primera piedra.
Egocentrismo puro
Esto tiene su peligro, ya que esa dinámica es la que nos puede llevar a instrumentalizar a las personas que se nos acercan. Esas personas ya no reciben de nosotros un servicio, sino que las ponemos al nuestro.
Estaríamos de esta manera satisfaciendo nuestro propio amor, querer e interés. Esto sería un egocentrismo puro, alejado de la misión verdadera para la cual fuimos llamados.
El sentirnos vistos, el ser importantes para otro, es necesario para todos, somos seres en relación. El problema es cuando estas necesidades a lo largo de nuestra vida se han visto insatisfechas y, al final, terminan siendo exacerbadas.
O, al no ser consciente de ellas, ese deseo puede manifestarse de una manera distorsionada. ¿Cómo? Queriendo la admiración de todos, o quedando a la sombra de alguien con valía, para en parte gozar de sus características. El «soy amigo de…«, si ese alguien es importante, nos da también a nosotros una parte de esa importancia. Y a veces pagamos cualquier precio.
Inadecuación, vergüenza y agresividad
En resumen, mientras mayores problemas de autoestima o mayor dificultad de integrar nuestras partes oscuras, mayor es el riesgo de apropiarnos del lugar santo en el que nos ubican. Lo utilizamos como alivio para calmar sentimientos de inadecuación, vergüenza y agresividad que nacen del sentimiento de no poder haber estado a la altura de algunos desmedidos ideales del yo.
El funcionamiento psíquico desarrolla estrategias para evitar experiencias displacenteras que provocan sufrimiento psíquico. Para remediar esto, sería necesario un trabajo de integración de lo negativo que en realidad no asumimos como nuestro y proyectamos en los demás.
Esta labor, exige un esfuerzo y determinación consciente, porque para poder seguir un camino de autoconocimiento, debemos vencer el miedo a enfrentarnos a una verdad de nuestra parte oscura, que tendemos a esconder, negar o directamente sepultar.
Escucha atenta y humilde
Estos fenómenos que suceden en lo personal, también suceden institucionalmente. Poner luz a todo lo sombrío que habita en la iglesia, como el tema que nos toca de los abusos, implica una actitud de querer conocer y dialogar con aquello que habita bajo la superficie, con una escucha atenta y humilde. Despojarnos de las máscaras.
La autoobservación sincera de nuestra oscuridad, puede servir para empezar a asumir e integrar esa parte que ha crecido en poder, debido a la negación de la misma.
El proceso restaurativo, tendrá que tener un alcance para reconocer a las víctimas en su dolor y en su dignidad.
Formación sobre dinámicas interpersonales
Si se pone por delante el propósito de perpetuar la institución, usos y costumbres, sin entender las dinámicas que se juegan, sin formar a los sacerdotes y religiosos, involucrándolos en procesos de análisis y exploración personal profundos para que puedan desenvolverse bien en su trabajo, podría ser un riesgo de que la cultura clericalista se crea la ilusión de ser una casta superior y perpetuar estos temas.
Como en todo, la formación seria y profesional es importante. Una formación sobre las dinámicas interpersonales propias que se juegan en las relaciones de ayuda, fundamental. De esta manera, se ilumina la comprensión de las dificultades que conlleva el manejo concreto del poder en las relaciones humanas.
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