Cuando comencé a trabajar como docente, las agresiones físicas y psicológicas entre educandos se localizaban en las horas de patio o en los alrededores del colegio (normalmente a las horas de las entradas y salidas).
Dentro del aula, no solían ocurrir ya que los alumnos guardaban las formas. Aunque nada más localizarlas se atajaban con el máximo rigor, daba la impresión que eran casos aislados; y por descontado, carecíamos del estudio e información sobre este problema de los que disponemos hoy en día.
Actualmente, sabemos que el acoso escolar se da entre uno de cada tres adolescentes y entre uno de cada seis preadolescentes. No son casos tan puntuales como creíamos.
Actualmente, sabemos que el acoso escolar se da entre uno de cada tres adolescentes y entre uno de cada seis preadolescentes. No son casos tan puntuales como creíamos
Además, sabemos que este acosador no necesariamente tiene que pertenecer a una familia desestructurada, ser antisocial, padecer trastornos depresivos o ser un mal estudiante. Cualquiera, potencialmente, puede convertirse en un hostigador.
También sabemos que este acoso puede ocurrirle a cualquiera en cualquier momento. Nadie se escapa de padecerlo.
Asimismo sabemos que el tema es suficiente grave como para ser tildado, no como una broma pasajera entre chavales, sino como una auténtica psicopatología. Los efectos que genera pueden llegar a ser devastadores: ansiedad, nerviosismo, depresión… incluso suicidio.
Y el acoso escolar también ha evolucionado con los nuevos tiempos. La tecnología nos ha llevado a un nuevo tablado de representación: ¡El ciberacecho!
Nuestros alumnos, desde infantes, ya manejan teléfonos inteligentes conectados a internet. Y los riesgos de este mundo virtual (Facebook, Email, Whatsapp, Twitter, Chats…) están ahí…
El 70% de nuestros chavales no tienen control parental sobre la utilidad que le puedan dar a su teléfono móvil
Viralidad y anonimato absoluto
El 70% de nuestros chavales no tienen control parental sobre la utilidad que le puedan dar a su teléfono móvil.
Contando con esta libertad de movimientos, la tentación resulta lógica. No cuesta nada verter comentarios hirientes, rumores, acusaciones o amenazas contra el blanco elegido. Incluso se puede adoptar un perfil falso. Todo extremadamente fácil. De forma secreta, cualquier información perniciosa de forma vertiginosa puede llegar a un nutrido número de receptores. Viralidad y anonimato absoluto.
El acoso, en cualquiera de sus formas, es una lacra que debemos exterminar sin ambages. Como educador, desde una reflexión serena, recomiendo algunas soluciones para intentar virar esta coyuntura tan repulsiva:
Habría que valorar el rol que juega (más allá de las figuras típicas del acosador y acosado) la figura del observador; es decir, esa persona que apoya (con diferentes grados de participación) el acto del acoso para no enfrentarse al acosador, tenerlo de su parte y no convertirse en otra diana de sus fechorías.
Si temes enfrentarte al acosador, la mejor forma de colaborar sería no participando del acoso ya que si el hostigador no tiene público que le siga su juego perverso, perderá su motivación de dañar. Un acto de acoso nunca es un acto entre únicamente dos personas.
Asimismo, hemos de fijarnos en un tipo de acoso no perfilado como tal, pero que resulta igual de dañino para que el que lo padece. Me estoy refiriendo al acoso excluyente; es decir, la persona que no recibe golpes, humillaciones ni insultos, pero sí, indiferencia y omisión. Suelen ser las personas consideradas ‘raras’,‘friquis’, ‘marginadas‘ o sencillamente ‘no populares’.
La concienciación de los chavales desde muy pequeños de los peligros que entraña el acoso ha de ser un objetivo prioritario en nuestra enseñanza
Derecho a ser diferentes
Tendríamos que hacerles ver a nuestros educandos que todos tenemos derecho a ser diferentes. Fomentar la individualidad nos ha de llevar a entender que no todos vamos a ser eslabones de la misma cadena y que la originalidad enriquece al grupo.
Acogerlos e integrarlos en el colectivo resultaría una decisión bondadosa y solidaria.
La concienciación de los chavales desde muy pequeños de los peligros que entraña el acoso ha de ser un objetivo prioritario en nuestra enseñanza. Hablándoles con claridad y naturalidad, los profesores hemos de trabajar de forma adecuada vertientes como su comunicación asertiva o su gestión emocional.
Hemos de enseñarles a resolver adecuadamente los conflictos que les vayan surgiendo y hacerles entender que en los fracasos no hay que culpabilizar a nadie, ni menos ensañarse. Si logramos que empaticen con las situaciones y los sentimientos del compañero, habremos logrado un enorme avance en la mejora de la convivencia grupal. Han de comprender que tienen que orillar cualquier tipo de comportamiento que haga daño al prójimo.
El partido contra el acoso laboral ¡lo vamos a ganar!
Nada más tener evidencias o sospechas de casos de acoso, debemos conversar con los muchachos hostigados para hacerles entender que no han de avergonzarse ni sentir que han hecho algo que merezca su asedio. Tienen que perder el miedo y valientemente dar a conocer el hecho a sus padres o profesores para que nosotros actuemos con eficacia.
Si el acoso es cibernético, mostrar pruebas escritas o grabaciones resultará decisivo.
Si la resolución de la situación revistiera mayor gravedad, realizaríamos la denuncia pertinente. Nunca hay que silenciar el hecho; siempre hay que actuar con presteza.
El acoso escolar es un tema que hay que hablarlo y tratarlo porque si no lo hacemos, es como si no existiera. Existe y en base cotidiana se ha convertido en una auténtica lacra a erradicar.
En su prevención y lucha entramos todos (educadores, progenitores, educandos y demás agentes sociales). Si todos nos concienciamos, poco a poco conseguiremos en nuestros alumnos despertar ese sentimiento de participación afectiva tan necesario para evitar que se sigan dando casos de acoso; y lo vamos a conseguir con ilusión y perseverancia.
Soy optimista. Mi pulgar apunta hacia arriba; aunque esto no es un juego, este partido lo vamos a ganar.