Se informa bastante sobre el acoso entre pares dentro de las escuelas, pero se les olvida que los maestros también son víctimas de acoso y como docente también quiero contar mis experiencias.
Hace poco regresé por segunda ocasión a un colegio donde estudié 3 años, escuela secundaria, a impartir algunas conferencias sobre Prevención de Riesgos Psicosociales y me percaté que había sido víctima de situaciones de violencia y acoso.
Los alumnos presentaron conductas inadecuadas. Todo empezó con muestras explícitas de desinterés hacia el asunto que en ese momento les estaba exponiendo. Algunos alumnos no se quedaron ahí, sino que se mostraron desafiantes cuando hice uso de mi autoridad y les pedí silencio y respeto.
No podemos ignorar que en el ambiente hostil que se puede generar en las aulas los maestros no salen siempre ilesos
Risas, gritos y comentarios más que inoportunos fueron la respuesta con el claro objetivo de hacerme perder la paciencia. Empezaron a celebrar sus ‘logros’ aumentando el desafío… Tuve que hacer uso de toda mi experiencia docente para ‘sofocar’ y redirigir dichas conductas. Al final, fueron el mejor ejemplo para ilustrar el temario.
Nunca está de más enfocarnos en el tema del acoso escolar entre compañeros, aunque también considero que es necesario reconocer que los profesores también han sido hostigados por los alumnos.
No podemos ignorar que en el ambiente hostil que se puede generar en las aulas los maestros no salen siempre ilesos, desde que intervienen en gestionar las conductas de sus alumnos hasta que ellos mismos también rozan con la experiencia de ser agredidos física, verbal y psicológicamente.
Todo empieza con un mote…
Recuerdo muy bien que al maestro de química, en el bachillerato, le ponían apodos, desde su orientación sexual hasta sus características físicas. Al de matemáticas, le apodaban ‘cebolla’ por su cabello cano, solo por mencionar un apodo ‘ligero’ si es que existe tal en cuestiones de falta de respeto como ésta.
Recuerdo muy bien que al maestro de química, en el bachillerato, le ponían apodos, desde su orientación sexual hasta sus características físicas
A la maestra Caro, le pusieron ‘macho’ por su forma de vestir, ignorando que era ingeniera y la mayor parte de su tiempo lo invertía en trabajo de campo. Al maestro M, no recuerdo muy bien su asignatura, le pusieron ‘obeso’. En una ocasión, le ofrecieron una goma de mascar, que aceptó ingenuamente y que para su sorpresa era sabor a ajo.
A este maestro siempre le arrojaban papeles, le ignoraban durante los cincuenta minutos de clase, le dibujaban penes en su asiento. ¡Pobre maestro! Era la burla para mis compañeros y reconozco la complicidad al no haber advertido de tales conductas.
Reconozco que, ahora, como profesora he experimentado ciertas situaciones de acoso, aunque nunca han llegado al extremo de las situaciones que pude ver como alumna. También reconozco que muchas veces, como docente, y en determinados niveles educativos y determinadas zonas, he salido agotada y con jaqueca de las aulas. Volveremos a estas variables del acoso en otro artículo..
Los niños en las aulas con todo y nalgas
A los profesores, se les ha perdido el respeto, quizá desde que se les quitó la autoridad de ‘dejar a los niños en las aulas con todo y nalgas’. Así se referían los padres cuando daban permiso de regañar a los niños o darles una ‘cachetada’, ‘un tirón de patillas’, ‘con la vara sobre las yemas de los dedos’ o ‘un reglazo en las nalgas’. Métodos no exentos de violencia, que apaciguaban a los alumnos de forma momentánea pero que no evitaban la rebelión frente a la autoridad de los maestros.
Hoy en día, las cosas han cambiado, llegando al grado que los docentes deben mantener un margen de distancia con los estudiantes para que los acercamientos no se malinterpreten.
Los alumnos se aprovechan de esta situación para agredir a los maestros y no tener consecuencias. Abusan de sus derechos fundamentales y de sus derechos como estudiantes, no se tocan el corazón, no generan empatía con la autoridad, cada vez son menos sensibles. Y todo ello, a mi entender, a causa de la falta de atención que viene desde el hogar y se proyecta en las aulas, tomando como rehén de sus carencias a sus maestros. Aunque suene crudo, es una realidad.
«La escuela instruye y la familia educa» (Salvador de Madariaga)
El psiquiatra Carlos Castilla del Pino (2000), en una entrevista publicada en el ‘Semanal’, suplemento del periódico ‘El Sur’, relataba: «No hay ahora mismo profesión que depare mayor sufrimiento que la de profesor de Instituto. Existe una patología del docente verdaderamente terrorífica. Los alumnos les han hecho perder la autoridad y es imposible mantener el orden en las aulas; ya no tienen miedo a la amenaza del suspenso, porque hasta los padres, en este caso, se ponen en contra del profesor».
Con 9 años de experiencia en el aula en diversos niveles educativos, y con mi licenciatura en Psicología, a veces he sentido desesperación y ganas de salir corriendo
Sinceramente, con 9 años de experiencia en el aula en diversos niveles educativos, y con mi licenciatura en Psicología, a veces he sentido desesperación y ganas de salir corriendo. Pero nunca he olvidado que los alumnos están exigiendo algo en esos momentos, atención. Y entonces es el momento de dársela.
Los docentes representamos algo más que conocimientos para los estudiantes. Esta parte es la que debemos tomar en cuenta. Sin duda es una tarea extra para nosotros, aunque también considero que si nuestra profesión no se realiza por vocación, entonces, algo está fallando.
Nuestra labor es delicada y antes que enseñar o instruir a los alumnos debemos comprender que una gran parte de ellos experimentan situaciones de alto impacto, resguardadas tras los muros de sus hogares. Historias que solo ellos conocen y aunque no tenemos el don de la adivinación, somos adultos para reconocer una conducta negativa, gestionarla y/o canalizarla con un experto en la materia.
No es cuestión de perder la paciencia, es cuestión de aceptar que somos, hemos sido o podemos ser víctimas y que prevenirlo es un trabajo que implica una red de apoyo entre todos: docentes, alumnos, superiores académicos y padres.
“La escuela instruye y la familia educa” (Salvador de Madariaga)