Empezamos el año 2021 en la cresta de la ola y considero que es un buen momento para hacer una reflexión sincera y tranquila sobre nuestros adolescentes.
El impacto colectivo de la pandemia en nuestras vidas se describe emocionalmente con desilusión, ansiedad y mucha rabia. Las ayudas no tienen el efecto deseado, se tiene cierta sensación de abandono, regresan las restricciones y eso deriva en una fatiga pandémica.
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Adolescentes en la cresta de la ola
Cuesta aceptar que volvemos a “estar en la cresta de la ola”, pero no como expresión que connota el “estar arriba de todo, en el mejor momento de nuestras vidas”, sino en sentido irónico. Volvemos a estar en otra ola de esta crisis que nos dura ya demasiado, y nos ahoga en sus profundidades.
La crisis despierta emociones colectivas. Muchas personas no han enfermado, pero de manera indirecta han sufrido al verse confinados/as, al perder seres queridos, al cambio de rutina, al déficit económico… Así que podemos hablar abiertamente y de manera colectiva, que todos estamos sufriendo un alto impacto psicológico.
Lejos quedan los valores colectivos que supuestamente aprendimos durante la cuarentena, hemos retomado el miedo, el pánico a un posible nuevo aislamiento y lo que hacemos es echar culpas a los demás. Sobre todo, focalizamos en un grupo vulnerable como es la adolescencia.
Chicas y chicos que salen del instituto a casa, y de su casa al instituto, pero que si se paran cinco minutos en el portal para hablar con un/a compañero/a son juzgados/as.
Debemos quitarnos ese concepto de individualidad como sociedad, y pronto. No podemos funcionar solos, y esto también nos lo ha enseñado la COVID-19.
Pensamos que como jóvenes les cuesta aceptar que, en cualquier momento, repentinamente algo malo pueda pasarles, que no tienen en cuenta a los demás o que sólo viven el día, carpediem.
Y la verdadera realidad es que…
Igual es un/a joven que trata de ser resiliente en el tiempo que le tocó vivir. Quizás, uno/a de los/as muchos/as que no han podido despedirse de su abuelo/a, que no tuvo ni tiempo de preguntarle sus peripecias en la guerra, ni aprender a cocinar esos platos tan sabrosos que hacían en las reuniones familiares, tantas anécdotas que nunca conocerá…
O el/la joven que cuida a su hermano/a pequeño/a, porque su madre tiene que estar en cuarentena por un positivo en el trabajo, o su padre cuida de su abuela con alzheimer en otra casa porque el Centro de Día ha cerrado por el alto riesgo de contagios.
El/a chico/a que estudia más contenido que nunca en segundo de Bachiller a consecuencia del parón académico del año pasado y desea sacarse selectividad para salir adelante mientras gestiona su ansiedad por unas notas que no representan su esfuerzo diario
También, el/a niño/a que no quiere ir al colegio, que ha desarrollado fobia escolar por miedo a contagiarse, o que no aguanta la mascarilla y llora de terror cuando ve a alguien tosiendo. Tal vez, uno/a de estos/as, o incluso todos/as.
Porque no tenemos ni idea de las exigencias actuales que tiene la adolescencia hoy. Los etiquetamos de irresponsables, vagos/as, incluso de inhumanos… no tienen corazón.
Y nos atrevemos a ponerlos en el punto de mira sin damos cuenta que durante este tiempo han perdido mucho del suyo, perdido oportunidades de socializar con sus iguales, un pilar fundamental para el desarrollo en estas edades. Y con ello, las ganas, perdido la motivación, la ilusión, los sueños… y nosotros/as en vez de ayudarles les culpabilizamos.
Capacidad de adaptación ante las dificultades
No nos damos cuenta de por qué estamos tan enfadados por esta pandemia y pagamos nuestra frustración con ellos/as.
Adultos amenazando con consecuencias, exigiéndoles mucho más, desanimando. –Mira como están las cosas, como sigas así no vas a encontrar trabajo. – Si sólo pasas tiempo en el ordenador, eres un/a inútil.
Sin la posibilidad de quedar con amigos/as, pierden la interacción que necesitan para hablar con esas personas que pueden sacarles de grandes apuros con poco esfuerzo. Hablar con sus amigos/as es una forma de prepararse ante la incertidumbre. Contactar con alguna amistad de confianza les ayuda a gestionar emociones como; la frustración, el pesimismo, el duelo…
Sí, el duelo, porque ellos/as también pasan por eso, por la muerte, es incómodo, pero es que debería dejar de ser un tabú. Uno tiende a pensar que este y otros problemas tienen solución o no les tocará, y por eso no se prepara lo suficiente para cuando llegue el momento. Y después, nos quejamos de que usen “su cara de borde” como mecanismo de autodefensa para regatear su dolor.
Capacidad de adaptación ante las dificultades
Tenemos que enseñarle a aceptar, prepararlos y, hoy más que nunca, enviarles mensajes positivos, proteger sus sueños y empujarlos a vivir.
Hay que conversar sobre lo vivido para superarlo.
Por eso, los/as amigos/as o profesionales en los que puedan apoyarse son especialmente importantes.
Enseñarles a desarrollar la capacidad de adaptación ante las dificultades, las habilidades socioemocionales de autoconocimiento y autoestima, prepararles psicológicamente ante el constante cambio y darles las estrategias necesarias, es un poder que debemos usar desde hoy mismo.
Para que algún día, puedan estar en la cresta de la ola, pero de otra.