A nadie, con dos dedos de frente, se le pasa por la cabeza pegar a su pareja, ni a su mascota, ni a sus amigos, ni a los compañeros de trabajo… No está bien ejercer la violencia, pero parece que hay una excepción: los hijos.
¿Cuántas veces se oye para referirse a la educación de los hijos lo de “una bofetada a tiempo…”? Esta frase y sus diferentes versiones, que tienen la misma finalidad, me indignan y hace que se me encoja el corazón por su frialdad y por la falta de empatía con las personas más indefensas que existen, los niños.
¿Cuántas veces se oye para referirse a la educación de los hijos lo de “una bofetada a tiempo…”?
Forma absurda de educar
Aunque los defensores de una bofetada o el azote a los hijos se defiendan diciendo que no se trata de dar palizas sino de un toque de atención para educar, me da pena pensar en que hay que confiar en la prudencia de los padres para que esa forma absurda de educar no se les vaya de las manos.
En un momento en el que toda la sociedad con una mente sana condenamos la violencia en el ámbito de la pareja, donde está claro que es intolerable cualquier tipo de acto que falte al respeto a la otra persona bien sea un empujón, una bofetada e incluso un grito, parece que con los niños los criterios son más laxos.
Los niños que no tienen la capacidad, ni física ni mental, de poder hacer sus maletas y buscar unos padres más cariñosos y con más paciencia tienen que quedarse a merced del humor que gasten sus padres ese día.
En fin, que la excusa de pegar para educar no se sustenta se mire como se mire
Porque no nos engañemos, los padres que pegan a sus hijos lo hacen cuando ya están nerviosos, cuando los hijos les han sacado de quicio.
Y para ello, intervienen también muchos factores ajenos a la actitud de los niños, como lo cansados que estén, el día que hayan tenido en el trabajo, que no exista ningún problema familiar o social en su entorno…
En fin, que la excusa de pegar para educar no se sustenta se mire como se mire.
Pegar a un niño no es un buen hábito
En este sentido creo que voy contra corriente en la opinión que me merece un conocido juez que hace juicios fuera de sala sobre cómo deben educar los padres a los hijos.
Aunque se ha hecho famoso por sentencias admirables a jóvenes problemáticos como terminar los estudios o servicios con un carácter educativo a la comunidad, en las entrevistas que realiza en los medios de comunicación se erige abanderado del buen hacer en la educación de la prole.
Así, algún día es muy probable que termine en el juzgado de menores de este señor por haber ejercido la violencia
Entre otros “buenos hábitos” este magistrado ha manifestado en alguna entrevista “confundir un cachete a un hijo con maltrato es una barbaridad”.
Y yo me pregunto ¿diríamos lo mismo si se trata de un hombre a una mujer?
Estoy segura que no y los niños son personas igualmente aunque más pequeñas, más vulnerables, más necesitadas de protección.
Si la solución a los problemas en casa son los “cachetes”, los niños aprenderán que ésta es la respuesta a todos los conflictos a los que tengan que enfrentarse en el colegio, con los amigos y con el resto de la familia.
Así, algún día es muy probable que termine en el juzgado de menores de este señor por haber ejercido la violencia contra alguna persona.
La solución no es pegar, nunca
Lo peor es que algunos pensarán que le ha faltado una “torta a tiempo” cuando en realidad esa torta, que nunca tiene un buen momento, es la que le ha enseñado a que cuando alguien hace algo que no me gusta la solución es pegar.
Los niños a partir del año y medio suelen entender perfectamente lo que se les dice. Si no lo entienden o no hacen caso a las palabras tampoco lo harán a los golpes.
Si no lo entienden o no hacen caso a las palabras tampoco lo harán a los golpes
Cuando tu hijo no quiere hacer lo que le estás pidiendo a veces se trata solamente de parte de su desarrollo, de la necesidad de reconocerse como una persona independiente.
Y esto puede ocurrir tanto a los “terribles dos años” como en la adolescencia.
Tener paciencia pero, sobre todo, recordarnos lo mucho que amamos a nuestros hijos nos dará las herramientas para educarlos en el amor y conseguir que sean adultos sanos en cuerpo y mente.