En sus Manos
LGBTIfobia en las aulas (II): la carga de la diferencia
El motivo principal de cualquier tipo de acoso escolar, incluida la LGBTIfobia, es el rechazo y el miedo a la diferencia. Es algo claro, que se reconoce y que incluso se utiliza como herramienta de empoderamiento.
“Soy diferente y soy única. Eso es bueno”. Sin embargo, la diferencia es un vasto concepto del que pueden extraerse conclusiones equívocas y precipitadas.
El motivo principal de cualquier tipo de acoso escolar, incluida la LGBTIfobia, es el rechazo y el miedo a la diferencia. Es algo claro, que se reconoce y que incluso se utiliza como herramienta de empoderamiento.
El motivo del acoso escolar, incluida la LGBTIfobia, es el rechazo y el miedo a la diferencia
“Soy diferente y soy única. Eso es bueno”. Sin embargo, la diferencia es un vasto concepto del que pueden extraerse conclusiones equívocas y precipitadas.
Alejándonos de la definición académica y observando su utilización social más habitual, la diferencia se suele concebir como aquellos comportamientos, estéticas, sentires y gustos que se alejan de la norma, de lo establecido por un sistema aparentemente invisible que, sin predicar con una estricta homogeneidad, establece qué es lo correcto y qué lo incorrecto.
La normatividad social, de la que ya empezó a hablar Judith Butler hace algunas décadas, excluiría a todas aquellas personas de sexualidades y géneros diversos. La infancia LGBTI, consciente o no de su realidad, es rechazada por ser diferente a lo presumible como ‘normal’.
Lesbofobia, plumofobia, homofobia, bifobia, transfobia… Da igual que como menor te hayas definido o no sexualmente o te hayas planteado si tus órganos sexuales se corresponden con el género que tú sientes. Todo se reduce a una cuestión superficial que te define de por vida a través de agresiones verbales; a través de LGBTIfobia.
Mariquita, marimacho, travelo…
¿Tienes pluma? Mariquita. ¿Te gusta el fútbol y eres niña? Marimacho. ¿Te gusta pintarte las uñas y eres niño o tienes el pelo corto y eres niña? Travelo.
Términos como estos son escuchados en las aulas en forma de insulto. Lo preocupante es que también forman parte indispensable del vocabulario coloquial de adultos; sin intenciones ofensivas, pero con una fuerte carga peyorativa heredada y poco replanteada por sus emisores.
La dicotomía es importante, según se aprecia en el estudio de COGAM de 2015, el más extenso publicado hasta la fecha.
El 20% del alumnado LGB recibe insultos por su orientación afectivo-sexual y el 60% del alumnado total ha sido testigo de agresiones verbales
El 20% del alumnado LGB recibe insultos por su orientación afectivo-sexual y el 60% del alumnado total ha sido testigo de agresiones verbales.
Las cifras empeoran en el caso del alumnado trans, más expuesto y vulnerable. Pero es que cerca del 80% del alumnado LGB ha escuchado su orientación sexual como un insulto en su centro educativo. La “normalidad” en este caso son lo heterosexual y lo cisgénero.
La niña más joven de la clase es marcada desde el primer instante, señalada por su comportamiento o sus gustos. Escucha constantemente en los pasillos que lo único aceptable en su vida es que le gusten los niños y que se comporte como se le presupone a una chica: femenina y adorable. Da igual lo que sienta. Es la diferente de clase.
Es en este momento en el que madres, padres y profesorado actúan para evitar la LGBTIfobia y trabajar la diversidad con la clase, pero es aquí donde el concepto de la diferencia se aplica erróneamente como un amplificador integrador, perjudicando al acosado y justificando las agresiones del acosador.
Lo que en un principio parece una herramienta de empoderación, se convierte en una carga; una mochila de color fosforito que les expone en contra de su voluntad.
La inclusión permite modificar la relación del alumnado con el contexto escolar, lo que implica el cambio de todas las partes implicadas
Integración vs inclusión
Según explican Natalia y Margarita Salas, la integración “implica la adaptación del alumnado ‘diferente’ al contexto educativo ‘normal’, para lo cual se requiere ofrecer condiciones específicas a su favor”.
De acuerdo con Lucas Platero, este modelo educativo reforzaría “la idea de que la educación de este alumnado es una cuestión de dotar de ‘más recursos’, mientras mantiene la segregación escolar, la invisibilidad de parte del alumnado y el estatus quo binario entre normales/especiales”.
Sin embargo, la inclusión permite modificar la relación del alumnado con el contexto escolar, lo que implica el cambio de todas las partes implicadas en el proceso de aprendizaje. Esto incluye también al propio centro escolar, al profesorado y a madres y padres.
Se trata de interactuar con el sistema completo de manera integral, transformando las instituciones y los modelos para fomentar la diversidad y no la diferencia.
En este caso, se da por hecho que todo el alumnado es diferente, por lo que debe conocer y comprender las realidades del resto, su terminología, así como los conceptos más abstractos que siempre intentamos alejar de los más jóvenes porque creemos que no van a entenderlos.
Este proceso, que explicaremos en mayor detalle en próximas entregas de LGBTIfobia en las aulas, consigue que la capacidad para insultar se anule, permite que el alumnado sea más consciente tanto de sus realidades como la de otras personas y, principalmente, evita que aquellos y aquellas menores LGBTI se encierren en sus armarios durante años.
Cabecera: Fotografía de Chris Johnson (Unsplash)