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Las semillas de un abuso y el silencio de una niña

‘Las semillas de un abuso – El silencio de una niña: «Una de las personas más importantes en mi relato, una figura muy especial, a la que he querido con locura pese a todo es la de mi tía Carmela.Tan importante fue que se casó con el hombre que marcaría mi destino, el abominable ser que escribiría con sangre el terrible dolor que me ha dominado durante más de treinta años. Alguien capaz de traer aún más dolor y sufrimiento a una familia que ya no necesitaba más».

‘El origen, las semillas’, capítulo uno de ‘Memorias de una Realidad Invisible – El silencio de una niña’

Por Auri Martín

Hola, soy Auri, tengo 38 años y por fin me he decidido a HABLAR. Tras tantos años, quiero romper el silencio que he mantenido durante décadas y deshacerme de la cadena que ha atenazado todo mi ser desde que el recuerdo de lo sucedido emergiera desde lo más profundo de mi pensamiento.

No ha sido fácil tomar la decisión de dejar mi alma completamente desnuda, de sacar a la luz un episodio tan negro y difícil de digerir. Sin embargo, tengo un buen motivo para ello.

Cuando pienso en todas las personas que han pasado y siguen pasando por la misma situación, la sola esperanza de que mi experiencia pueda ayudarlas a entender, a pasar página, a seguir los pasos de aquellas que ya han dado un paso al frente, me anima a seguir adelante.

Aquí empieza mi relato, la historia de mis vivencias, las palabras que nacen directamente de mi interior para contar, para explicar, para DENUNCIAR

Aquí empieza mi relato…

Hablar parece tan sencillo… y sin embargo no lo es. Es lo más difícil a lo que una se pueda enfrentar, pero tengo claro que es el momento de hacerlo. Me ha costado mucho esfuerzo llegar hasta aquí, pero ahora veo que el silencio no es más una solución para nadie si queremos cambiar las cosas.

Aquí empieza mi relato, la historia de mis vivencias, las palabras que nacen directamente de mi interior para contar, para explicar, para DENUNCIAR.

Rosa, mi madre, se quedó embarazada de mellizos prácticamente de rebote. Por aquella época trabajaba en un prostíbulo y fue allí donde ocurrió, con uno de sus clientes. Ambos eran jóvenes, rondaban los 20 años, y era difícil que pudieran aspirar a tener un futuro juntos, mucho menos formar una familia o crear un hogar.

Nunca mi madre nos ha explicado realmente lo que sucedió, sólo que mi padre nos rechazó y no quiso hacerse cargo de nosotros. Sin embargo, otras personas que les conocieron afirman que mi padre sí intentó ejercer como tal, pero que mi madre lo manipulaba, lo chantajeaba hasta que no pudo más y desapareció.

Lo cierto es que yo no creo ninguna de las dos versiones, sólo sé que nunca llegamos a tener apellidos paternos y que mi madre, demasiado joven e imprudente para pensar en las consecuencias de sus actos, tomó la decisión de criarnos como madre soltera.

Fue seguramente un embarazo complicado, aunque ella aún explica con orgullo que lo llevó de forma impecable con una dieta estricta, sintiéndose estupendamente alimentándose a base de fruta.

Lo explica convencida de que era lo mejor para una madre que llevaba en su vientre a dos criaturas, pero la realidad es que cuando nacimos mi hermano Rafa y yo casi no salimos adelante por culpa de nuestro bajo peso.


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También puedes leer el artículo de Auri Martín, autora de Memorias de una realidad invisible – El silencio de una niña’, especial para jupsin.com


¡Mira qué chocho tan grande tiene esa niña!

Mi hermano pesaba 1,5 kg y yo apenas algo más de 1 kg. Fue el 2 de julio de 1979, en una clínica del centro de Barcelona, y de allí fuimos derivados al famoso hospital Vall d’Hebron, donde nos ingresaron en la unidad de cuidados intensivos para mantenernos con vida.

Mi madre formaba parte de una gran familia, diez hermanos en total, y durante nuestra estancia en la UCI varios de ellos pasaron por el hospital a visitarnos. Fue la mayor, mi tía Carmela la que al pararse enfrente de una de las incubadoras soltó entre risas:

– ¡Mira qué chocho tan grande tiene esa niña!

Aún no tenía ni una semana de vida y mi chocho ya era el centro de atención de todas las miradas

Acto seguido preguntaron a la enfermera dónde estaban los mellizos que habían trasladado ese mismo día, que ellos eran familia de la madre, y cuando la enfermera les indicó dónde se encontraban y cayeron en que se trataba de la misma niña, de nuevo exclamaron entre carcajadas:

– ¡Pero si es la niña del chocho grande!

Aún no tenía ni una semana de vida y mi chocho ya era el centro de atención de todas las miradas. No mi cara, ni mi pelo, ni mis manos, mi CHOCHO.

Las espinas del zarzal

Los orígenes de mi árbol genealógico se remontan a los tiempos en que mis abuelos recorrían el país subsistiendo como podían con la venta ambulante. Huelva, Granada, Valencia, Madrid,…

Cualquier destino era bueno para ganarse la vida en mercadillos y ferias hasta que, finalmente, allá por el año 1962, decidieron instalarse en la próspera ciudad de Barcelona. Tres generaciones fueron las que aterrizaron en un barrio de barracas de la montaña del Carmelo, construyendo sus casas a golpe de ladrillo e iniciando una nueva vida.

La estructura familiar era densa. Mis abuelos, Aurora y Fausto, habían tenido seis hijas y cuatro hijos: Carmela, Blanca, Rosa –mi madre-, Bárbara, María José, Lidia, Antonio, Bala, Germán y Elías. Sin embargo, la figura de mi abuela fue siempre de una forma indiscutible el núcleo principal de la saga.

Enredada de esa forma entre las espinas del zarzal en el que vive, es casi imposible para una madre mantener el control sobre la integridad de sus hijo…

En una época en la que el sector de la construcción comenzaba a estar en auge, mi abuelo había encontrado la forma de procurar el sustento necesario para alimentar a su esposa e hijos trabajando duramente de paleta.

Mientras tanto, su mujer ejercía el rol de encargada del hogar, siendo ella la que, con mano de hierro, tomaba todas las decisiones y guiaba a unos y otros por el camino que creía oportuno, fuera o no el más correcto.

La suya era una pareja a la vieja usanza, tradicional y autoritaria, pero que se consumía en la llama de sus propias dificultades. El alcoholismo de mi abuelo, sus eternas peleas, las penurias económicas… Demasiado como para poder prestar a sus hijos la atención que requerían. Éstos, para escapar del excesivo autoritarismo de sus padres, pasaban las horas en la calle, dejándose en muchos casos llevar por peligrosas conductas a menudo aprendidas de sus propios padres, tíos, vecinos,…

Enredada de esa forma entre las espinas del zarzal en el que vive, es casi imposible para una madre mantener el control sobre la integridad de sus hijos y, desgraciadamente, mi abuela no fue ninguna excepción.

Sombra

La sombra de Auri señala el lugar donde estaba la barraca en la que creció y sufrió los abusos que narra en MRI

Machismo, miseria y marginación

Ante un marco familiar tan distorsionado como el que se les presentaba, no es de extrañar que la personalidad de mi madre y tíos fuera pervirtiéndose como hizo. La educación nunca fue un valor demasiado importante a ojos de mi abuela, más obsesionada con el dinero.

La familia debía permanecer siempre unida y la autoridad de los padres no debía ser nunca cuestionada. El machismo era la norma antes que la excepción y el ambiente que se respiraba más allá de las paredes de su hogar apestaba a miseria y marginación.

Las palizas eran un método más efectivo que el diálogo y la única ley que se aprendía por aquella época era la de la propia supervivencia

Las palizas eran un método más efectivo que el diálogo y la única ley que se aprendía por aquella época era la de la propia supervivencia.

También mi abuela sufría ante esta situación, como madre no podía dejar de sentir en su propia piel cada uno de los malos momentos que pasaban sus hijos, pero a pesar de ello, por encima del llanto de su propio corazón, la cultura del silencio y el tabú siempre se imponía.

Habían superado demasiadas dificultades y tenían la lección bien aprendida.

Cuando nos dieron el alta en el hospital, mi madre no podía hacerse cargo de nosotros y nos dejó al cargo de una amiga primero, de sus propios padres y hermanos después. Mientras tanto, ella continuaba trabajando en el prostíbulo.

En palabras de mi tía María José, apenas recibíamos los cuidados pertinentes. Por las noches nos encerraban en una habitación y allí nos dejaban llorando hasta el amanecer. La alimentación que recibíamos era, digámoslo así, insuficiente. Varias veces tuvimos que pasar por el hospital, y en una ocasión nos diagnosticaron deshidratación y nos dejaron ingresados varios días. No se trataba de un hecho puntual.

Por las noches nos encerraban en una habitación y allí nos dejaban llorando hasta el amanecer. La alimentación que recibíamos era, digámoslo así, insuficiente

Según mi madre, no podía hacerse cargo de nosotros porque tenía que ir a trabajar para darle el dinero exigido a mi abuela, dinero que no invertían en nosotros, dinero que otros se gastaban.

No recuerdo los detalles exactos de aquellos días difíciles, aunque sabiendo y conociendo todo lo que vino después casi prefiero que sea así.

Solo pienso en la situación tras tantos años e imagino una familia desbordada, sembrando odio, cultivando indiferencia, amasando dolor…

Una familia luchando por su supervivencia ajena al resto del mundo, desconectada de otras formas de hacer las cosas, lejos de un modelo de familia donde sus miembros se cuidan, se respetan, se escuchan, se quieren…


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Mi tía Carmela

Una de las personas más importantes en mi relato, una figura muy especial, a la que he querido con locura pese a todo es la de mi tía Carmela.

Tan importante fue que se casó con el hombre que marcaría mi destino, el abominable ser que escribiría con sangre el terrible dolor que me ha dominado durante más de treinta años. Alguien capaz de traer aún más dolor y sufrimiento a una familia que ya no necesitaba más.

… se casó con el hombre que marcaría mi destino, el abominable ser que escribiría con sangre el terrible dolor que me ha dominado durante más de treinta años

Ella era la primogénita entre los diez hermanos. Criada a imagen y semejanza de su madre, se casó joven con el objeto de formar su propia familia. En aquel entonces, una mujer no siempre escogía al que debía ser su marido, era suficiente con que fuera atractivo a ojos de sus padres.

Así fue a dar mi tía con el hombre con el que compartiría el resto de sus días, un panadero gallego quien, lejos de hacerla feliz, se limitaría a participar de los valores machistas que se respiraban en la mayoría de los hogares de la época.

Muchas veces no puedo evitar pensar en lo que hubiera sido de ella si hubiera tenido la suerte de enamorarse de un buen hombre. Me pregunto en cómo habría eso afectado al seno de mi familia, donde ella parecía destinada a jugar el papel de nexo de unión de los hermanos, un rol que en ningún caso logró, que ni siquiera intentó.


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Un pozo oscuro sin fondo

Quisiera poder escribir sobre otras personas, afirmar que en esos primeros años de mi vida había alguien que me abrazaba, que me besaba, que me protegía,… Quisiera al menos poder saber lo que se siente.

El anhelo que siempre me ha perseguido es el de poder sentir ese vínculo especial irrompible, el de saberse amado incondicionalmente bajo todas las circunstancias.

En comparación, en lo más profundo de mi corazón solo siento como si flotara en el vacío, como si estuviera hueca por dentro, como si cayera eternamente en un pozo sin fondo, uno muy oscuro.

Ante ese duro panorama en el que nos tocó crecer, solo podíamos pasar un día tras otro, estar hoy al cuidado de una persona y mañana al de otra sin otra voluntad que la de seguir adelante.

Así fue mi niñez, como una burbuja de jabón que se eleva en el aire sin rumbo hasta que se rompe y se desvanece sin más

Así fue mi niñez

Los recuerdos de aquellos primeros años de mi existencia son escasos y forman en mi memoria un confuso boceto de experiencias que se entretejen de manera desordenada, llevando a mis labios solo movimientos vagos si intento clasificarlos en forma de palabras.

Así fue mi niñez, como una burbuja de jabón que se eleva en el aire sin rumbo hasta que se rompe y se desvanece sin más. Quién sabe si toda esa inestabilidad fue la que escribió con tinta invisible en mi corazón las primeras pautas de mi forma de ser, siempre inquieta y agitada como una pequeña mariposa contorneándose de aquí para allá.

Quizás fue esta herencia la que me permitiría avanzar por el sendero que me esperaba, tan arduo y sinuoso. Siempre me ha gustado fantasear al respecto, verme en el papel de un hada inquieta sometida a los ritmos mágicos del bosque, perdida entre las sombras nocturnas, agazapada entre dos hojas a la espera de que los primeros rayos del sol acaricien su mejilla y le den ánimos para salir de su frágil escondrijo.  


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Acosada por las tinieblas y asustada por los ruidos que nacen de la oscuridad, la esperanza parece desvanecerse como las estrellas al amanecer

La noche se cernía sobre esa pequeña niña

Acosada por las tinieblas y asustada por los ruidos que nacen de la oscuridad, la esperanza parece desvanecerse como las estrellas al amanecer.

Pero en esos momentos, basta con centrar la atención en el lejano murmullo del agua para sentir como una refrescante calma espanta todos los miedos.

La noche pasará, la reluciente luz del nuevo día anunciará que es hora de despertar y, entonces, la paciente criatura encontrará su recompensa deleitándose con cada uno de los pequeños placeres que la naturaleza ofrece únicamente a aquellos que los saben disfrutar.

Sin embargo, la oscuridad que comenzaba a ceñirse sobre mí iba a desgarrar cualquier fantasía que pudiera evadirme de la pesadilla que me había tocado vivir.  La noche se cernía sobre esa pequeña niña, y a diferencia de sus sueños, no iba a poder escapar.


Nota de Redacción:

Definirme es difícil para mí. Diría que no me posiciono en ningún grupo de ideología concreto, que los nombres acabados en –ista no forman parte de mi vida y que creo en los valores personales positivos que tiene cada persona. Considero muy importante aprender de los errores y mejorar siempre después de las dificultades y baches. Igualmente es muy importante para mí proteger los derechos fundamentales de los niños y niñas porque ellos son el futuro. Me considero sensible y frágil por un lado y por otro con secuelas emocionales y de comportamiento, aún así considero que soy una persona fuerte y luchadora.

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